viernes, 13 de noviembre de 2009

No seamos agelastas

Hay personas a quienes admiro por su inteligencia, a las que estimo por su honestidad, pero con quienes no me siento a gusto: censuro mis comentarios para no ser mal interpretado, para no parecer cínico, para no herirlas con una palabra demasiado leve. Ellas no viven en paz con lo cómico. No se lo reprocho: su agelastia está profundamente anclada en ellas y no lo pueden remediar. Pero yo tampoco puedo remediarlo y, aun sin detestarlas, las evito de lejos.

Milan Kundera
El telón

Hace ya unos días que ando buscando un término para definir la incapacidad para reir. Una vez más ha sido Kundera quien me lo ha brindado. Agelasta. Tomada del griego, viene a significar: el que no sabe reir, el que carece de sentido del humor. En realidad, fue François Rabelais, escritor, médico y humanista francés, quien adjudicó el nombre de la piedra en la que descansó Deméter en su búsqueda de Perséfone a una raza de gigantes que no conocían ni la risa ni el alcohol en su novela Pantagruel. Kundera menciona a Rabelais en El arte de la novela y en El telón. Recomiendo la lectura de ambos, eso sí, con la neurona bien despierta.

El motivo de esta búsqueda surge de la mera observación del entorno. Tengo la sensación de que la gente ríe poco. O nada. No sé si se debe a la falta de motivos para hacerlo o a cierta incapacidad, esto es, la mencionada agelastia. Veo caras largas en el trabajo, en la calle, en el bus. Parece que la risa ofenda. Hasta la sonrisa escuece. Pero si reir es de las pocas cosas por las que no hay que rascarse el bolsillo. Y podemos, casi debemos, reir de lo cómico y de lo trágico, de nosotros y con nosotros.

Riamos, pues, aun cuando nos llamen locos.

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